Si tuviera el poder de un soplo…
«Para que tú me oigas
mis palabras
se adelgazan a veces
como las huellas de las gaviotas en las playas.
(…)
Y las miro lejanas mis palabras.
Más que mías son tuyas.
Van trepando en mi viejo dolor como las yedras».
Pablo Neruda
Por: Melissa Aguilar
Hoja en blanco es como se titula la narración en la voz de una niña que espera con fervoroso anhelo que algo inesperado irrumpa en la realidad. En primera persona, el relato –corto y directo– describe con detalle, no más enternecedor que franco, su experiencia en un día de julio en el que “ojalá tuviera la capacidad de desordenar el universo” para evadir la tortuosa e innecesaria tarea de enfrentar “45 minutos de hoja en blanco”, destinada a convertirse en la tarjeta del día del padre. Desprovista de poder, como lo señala su autora –y voz subyacente– Male Male, y sintiéndose distinta al resto, la niña resuelve rendirse ante la realidad de la demanda de su profesora y escribir con letra torpe y roja “¡Feliz día del padre!”. No obstante, y con la claridad de saberlo ausente, la protagonista en el proceso se lamenta: “Si tuviera el poder de soplar sobre los días del calendario, los pondría a revolotear, caerían lentos y armarían de nuevo la cuadrícula del mes de julio sin que nadie notara que falta uno”, el día del padre.
A este y otros relatos llegaría la artista y escritora con el pasar de los años, y con el cultivo constante de un marcado entusiasmo por la palabra en la poesía, la prosa y la grafía; no en vano su formación disciplinar en el campo del diseño gráfico le confirió mucho más que el gusto por el dibujo y las técnicas gráficas, una imperiosa necesidad de comunicar. Posteriormente, su interés en la pintura –medio en el que continuó su formación por varios años más– se encargó de abrirle nuevas perspectivas que la llevaron a tomar la decisión de dedicarse por completo a sus búsquedas plásticas y visuales. Es en esta primera época que el barrio Guayaquil emerge como foco principal de interés; se convierte en núcleo espacial y temporal de un ejercicio de reconocimiento y compenetración con la ciudad, cuyos antecedentes podrían situarse ya desde los años universitarios.
Su trabajo artístico, tanto el literario como el visual, se enmarca desde entonces en una lógica donde es a través de la exploración de lo general que se llega a lo particular; al centro mismo de sus preocupaciones: su afectividad. Mientras que resulta comúnmente reconocible que gran parte de los artistas que trabajan desde la autorreferencialidad se valgan de este interés autobiográfico para expandirse hacia asuntos más universales, compartidos si se quiere; en el caso de Male es mirar el afuera –la ciudad, las calles y recovecos, los bares, los borrachos y el tango, el anonimato– lo que termina por devenir en búsqueda interna, en el encuentro inesperado y provechoso de una figura hasta ese momento desemejada. Desde esta perspectiva, su trabajo ha estado orientado hacia la indagación por la identidad propia en función de reconocerse en la ausencia del ‘otro’, de ‘ese otro’, su padre.
Una de las grandes dicotomías en la reflexión que desde la historia del arte se ha hecho sobre el arte y la práctica artística desde el Renacimiento, época en la que autores como Hans Belting sitúan el nacimiento de la era del arte –al menos en lo que se refiere al contexto occidental–, tiene que ver con cómo práctica creativa y vida se han acercado o alejado a lo largo de los siglos. De hecho, desde el siglo XV, la búsqueda de elementos que permitieran relacionar la vida de los artistas con sus obras se constituyó como uno de los ejes fundamentales desde los cuales se fundó una narrativa hegemónica; vínculo que varios siglos después, durante la primera parte del XX las vanguardias retomarían, en otro espíritu no obstante. Para el arte contemporáneo, por el contrario, las visiones intimistas fruto de una viraje autorreferencial –como es el caso de Male– resultan en formas biográficas que se van a centrar en repensar la identidad como producto de la subjetivación, derivación del proceso a través del cual nos construimos como sujetos y manifestamos dicha subjetividad. Es decir que en este sentido, la actividad artística como construcción biográfica supone la afirmación de la identidad como algo mutable, inestable, y que la búsqueda de una suerte de verdad afectiva lo que recalca en realidad es su precariedad, provisionalidad y parcialidad.
Resulta en este contexto relevante señalar que la expresión a la que recurre la niña del relato tenga que ver justamente con alterar el orden: desordenar el universo y soplar sobre los días del calendario para trastocarlos, y al mismo tiempo declarar de forma reiterada su carencia de poder para la acción de cara a una situación que la desborda. Para hacer frente a la voz de la niña, aparece entonces la de la artista, mujer adulta, para intentar restablecer el orden, pero no cualquier orden sino el propio, que tiene que ver con la idea de reconfigurar la historia personal, en este caso, inventándosela o recreándola, de manera más o menos inconsciente, con fragmentos e indicios del padre en espacios que evocan su presencia: el bar, la cantina, las residencias, la calle… más recientemente lugares indeterminados en los que se suspenden los personajes en una suerte de bruma colorida y borrosa.
Es así que en series como Recuperarse (2008), Las Jollas (2005-2006), Cobijos (2004) o Guayaco por dentro (2002-2004), Male no solo intenta evocar, tal vez mejor sería decir desentrañar, lo que de nostalgia queda por el Guayaquil que desde sus comienzos albergó el escenario privilegiado de la cultura popular, sino la añoranza de algo que se persigue sin estar muy segura de qué es. El histórico barrio se convierte de esta manera en pretexto para el inicio de una búsqueda personal que a partir de entonces se moverá entre dicotomías: presencia-ausencia, cubrimiento-develamiento, exterioridad-intimidad.
Las tensiones entre el espacio público y el privado que aparecen como consecuencia de esto, responden al permanente desdibujamiento de los lindes que en los barrios populares y periféricos hacen que la calle se convierta en extensión de la casa.